Teófilo padre le
contó cómo jugaba de enlace su hijo en el barrio La Chinita: “Le gustaba
arrancar de atrás y tenía mucho gol”.
Sólo siete años tenía Teófilo Gutiérrez. Era un pequeño humilde,
uno más del barrio La Chinita de Barranquilla, cuya máxima diversión era jugar
a la pelota. Su padre, temeroso de que su hijo cayera en las garras de las
pandillas que se enfrentaban a tiros en la zona, un día se lo presentó a
Franklin Ramírez, dueño de una escuelita llamada Independiente Framy, destinada
a alejar del vicio a los chicos. Allí, en ese ámbito pobre pero acogedor, Teo
comenzó a deslumbrar con una técnica superior a la media que le permitió dar
sus primeros pasos en el fútbol como enganche, hasta que en Junior mutó en
goleador implacable.
Es por esto que en la tierra que lo vio nacer, entre carencia de
recursos y balas que se cruzaban, nadie se asombró por la brillante labor que
el colombiano entregó desde su función de armador de juego, en el 3-0 sobre All
Boys. “Lo vi muy bien a Teo. De pronto volvió a aquellos tiempos en los que
jugaba en esa posición. Era un enlace con mucho gol. Le gusta mucho arrancar
atrás por esas pinceladas de sus pases. No me sorprende para nada lo que hizo
Teo el fin de semana pasado”, se enorgullece su papá, vía telefónica.
Pausa, panorama, desmarque, compromiso con el equipo y una
capacidad admirable como asistidor fueron los atributos con que dejó
boquiabiertos a quienes desconocían su pasado. Ese en el que llegaron a
apodarlo Pibe Valderrama por la calidad de sus toques, propia de quien fuera
uno de los mejores futbolistas colombianos de todos los tiempos.
Con Gio Moreno descartado por segundo partido consecutivo
(esguince en el tobillo izquierdo), a Alfio Basile se le allanó el camino para
dejar a Teófilo en la generación, unos metros más atrás de Hauche y Santander.
Además de abastecer a los de arriba, también procurará pisar el área. Su papá,
mientras tanto, lo imagina festejando: “Mañana (hoy) hará un gol. Lo veo relajado,
motivado, con muchas ganas de ayudar al grupo”.
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